La misericordia de Dios

Richard Solgot, Tampa, Florida, EE.UU.

En el nombre de nuestro Señor Jesucristo me gustaría compartir un testimonio con ustedes, sobre mi vuelo de vuelta a casa después de la Conferencia Nacional de Iglesias de los Estados Unidos (NCC). Doy alabanzas y agradezco al Señor que su amor y misericordia me han permitido vivir para compartir este testimonio con ustedes, y para exaltar su santo nombre.

El domingo 18 de noviembre del 2001 tomé un vuelo de Continental Airlines que salió de Newark, New Jersey, a las 17:10. Desde el comienzo pensé que no iba ser un vuelo cómodo porque el avión iba lleno. Pero no tenía idea de cuán incómodo en verdad iba a ser.

Cuando comenzamos a carretear sobre la pista y a tomar velocidad, de repente me sobrevino una sensación de incomodidad. Es difícil expresarlo en palabras, pero el sentimiento era muy extraño y molesto.

Como de costumbre, cerré mis ojos para orar por un despegue seguro. Mientras el avión comenzaba a alejarse de la tierra no pude evitar notar que la velocidad de despegue era un poco más lenta de lo normal. A medida que el avión comenzó a ascender, pensé que era extraño que el avión se desviara izquierda y luego hacia la derecha. Pero finalmente se estabilizó y comenzó a levantar vuelo.

Yo estaba sentado del lado del pasillo, justo delante de la salida de emergencia del ala derecha. Debido a que mi asiento no podía reclinarse, me era difícil descansar. Entonces recorrí con mi mirada al señor y a la señora que se sentaban a mi lado y miré hacia por ventana. De repente hubo una explosión enorme y vi un destello muy brillante.

Varias personas gritaron fuertemente y yo grité “¡Aleluya! ¡Aleluya!”. Vimos una gran bola de fuego pasar de la punta del ala hacia nuestra ventana, y luego pasó hacia el extremo del ala izquierda.

De repente todas las luces del interior y del exterior del avión se apagaron. Mientras permanecíamos sentados en la oscuridad, el avión comenzó a descender repentinamente, tanto que podíamos sentir que la caída nos empujaba hacia el respaldo de nuestros asientos, sumergiéndonos en ellos. En ese momento supe que nos enfretábamos a una muerte segura.

Cerré mis ojos y comencé a orar en espíritu. Mientras oraba, el hombre al lado mío me decía reiteradamente que me callese. Creo que habrá pensado que yo tenía tanto pánico que había perdido la cordura. No se dio cuenta de que estaba orando por todos nosotros.

Durante los tres a cinco minutos siguientes nadie habló, nadie gritó, nadie hizo nada fuera de cerrar los ojos. En la oscuridad sólo podíamos orar. Mientras oraba, mis pensamientos no eran de miedo a muerte, sino cómo sufriría. ¿Cuánto más íbamos a tener que caer antes de golpearnos contra la superficie? ¿A dónde íbamos a caer? Mi muerte, ¿sería rápida o lenta? ¿Moriría por contusión o quemado por fuego?

Después de un tiempo me di cuenta que éstos eran pensamientos negativos. Dios es todopoderoso, amoroso y misericordioso. Luego comencé a concentrar mi oración en alabanzas de adoración a Dios. No me di cuenta que estaba haciéndolo, pero las personas alrededor mío me dijeron que comencé a cantar “Precious Lord, Take My Hand” (Señor precioso, mi mano ten) de Thomas Dorsey:

Cuando mi camino se torna arduo,
Ven cerca, precioso Señor;
Cuando mi vida está en peligro,
Escucha mi clamor, oye mi llamado,
Ten mi mano para que no caiga,
Toma mi mano precioso Señor,
Y llévame a tu hogar.

Precioso Señor, mi mano ten,
Guíame, y hazme estar firme,
Estoy cansado, estoy débil,
Estoy exhausto,
A través de la tormenta, a través de la noche.
Llévame a la luz;
Toma mi mano, precioso Señor,
Llévame a tu hogar.

Sabía que estaba pensando en este himno en mi oración, pero no me di cuenta de que estaba cantándolo en voz alta. Luego, muchas personas me dijeron que el himno les dio consuelo y los hizo sentir mucho mejor.

Gracias a Dios, después de un tiempo que pareció ser una eternidad, sentimos que de repente el avión empezaba a ascender. Un hombre sentado detrás de mí gritó : “¡Estamos volando! ¡Estamos volando!”

¡Aleluya! ¡Realmente estábamos volando! Después de alrededor de cinco a diez minutos, el piloto finalmente anunció que habíamos experimentado un desperfecto denominado “descarga estática”. Nadie de nosotros había escuchado ese término antes.

Unos minutos después, cuando las luces volvieron a funcionar. Mientras un tripulante aéreo volvía caminando hacia la parte delantera del avión, un pasajero agarró su brazo y dijo: “Díganos la verdad, ¿qué paso?” El tripulante dijo que el aire frío y seco produjo electricidad estática debido a que el avión no tenía “conexión a tierra”. Sin embargo, admitió que a causa de la descarga, perdimos el control de una turbina, y ya que estábamos a medio camino de Cleveland, Ohio, continuaríamos a una altitud menor y descenderíamos ahí.

Gracias a Dios el resto del vuelo transcurrió sin ningún percance hasta que aterrizamos, o mejor dicho, caímos en Cleveland. Aún tuvimos que lidiar con el viento, la nieve, y la escarcha al llegar al aeropuerto, pero una vez que aterrizamos hubo un gran festejo por parte de los pasajeros.

Comparto este testimonio porque esta experiencia al borde de la muerte hizo que me diera cuenta de algo muy importante. A través de todos los sentimientos que tuve, incluyendo miedo, ansiedad, emoción, ira y calma, la conclusión era obvia.

Durante la conferencia planeamos, propusimos, discutimos, estuvimos en desacuerdo, oramos y tuvimos comunión entre nosotros. Escuché sobre “el valle de la muerte” de un hermano que había estado al borde de la muerte debido a cáncer de pulmón. Vi lo que es enfrentar a la muerte con valentía cuando hablé con otro hermano que estaba en las últimas etapas de cáncer. Luego me enfrenté con la muerte en el avión. A través de todo esto, me di cuenta de la verdad que esconde una frase que dijo uno de nuestros ministros: “Sin Dios, nada podemos hacer”.

Sin la ayuda de Dios y las oraciones fervientes de hermanos y hermanas, nuestro hermano no hubiera sido sanado de su enfermedad pulmonar y no estaría con nosotros hoy. Sin la ayuda de Dios, nuestro otro hermano en Cristo no podría haber sido capaz de enfrentar la transición de este mundo al otro con tanta calma y coraje. Sin la ayuda de Dios no hubiera tenido esperanza de sobrevivir cuando el avión estaba cayendo, no hubiera tenido poder en mi oración ni fe en su misericordia y amor, y hoy no estaría con mi familia, ni con ustedes. Estoy convencido de que Él nos salvó a causa de la oración. Sé que yo no era el único que oraba en el avión. Muchas otras personas, a su manera, también oraron a Dios.

Realmente siento que Dios me dio esta experiencia para mostrarme una verdad importante. Nos ha escogido a cada uno de nosotros que integramos la iglesia verdadera para que estemos unidos con Él a causa del evangelio. Les traigo mi “buena neuva”: estoy salvo hoy por su maravillosa compasión y amor. Cualquiera sea el sacrificio que tengamos que hacer para predicar su evangelio, debemos hacerlo. Si eso implica que nuestras iglesias deban trabajar más arduamente sin la asistencia de predicadores de tiempo completo, entonces ruego a Dios que nos dé toda la sabiduría, fuerza, poder y paciencia para hacerlo.

A su tiempo, Él satisfará nuestras necesidades. Sólo debemos confiar en Él. Con nuestras fuerzas somos limitados, pero con nuestra confianza en Él somos invencibles. Deja Dios un lugar para obrar en tu vida y en su iglesia. Confiemos en Él, amémoslo, y obedescámosle. Si nuestra necesidad es tener más pastores de tiempo completo, entonces que todas las iglesias unan fuerzas en ayuno y oración por este asunto. Si nuestra necesidad es hacer que los miembros sean más activos, entonces ayunemos y oremos juntos por esto.

Hasta que nuestras oraciones sean concedidas, debemos dedicar nuestras oraciones matutinas a que Dios llame a más creyentes a dedicarse a la predicación. Rogamos que Dios conmueva a más jóvenes a ver el trabajo de predicación como una ofrecimiento al servicio y a la misión de Dios, y no como un sacrificio. Si estamos unidos en oración, nos escuchará y responderá.

Doy mi más profundas alabanzas y gracias al Señor por otorgarme la oportunidad de compartir su testimonio con todos ustedes. Que el Señor nos guíe y nos bendiga.

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