Pasos hermosos
Wendy Mo-Ying Shek, Elgin, Reino Unido
Aleluya, en el nombre del Señor Jesucristo doy testimonio. En abril de 2001, Dios se llevó a un familiar mío muy cercano: mi tía, la hermana Shek, esposa de un diácono. Ella también era una madre, esposa y hermana en Cristo. En el año 1999, le diagnosticaron cáncer de pulmón y falleció a los cincuenta años.
Este testimonio es un relato de cómo una creyente de La Verdadera Iglesia de Jesús luchó por su vida mientras decaía física y espiritualmente, comprendió la voluntad de Dios y dejó el mundo refinada como oro puro. Deseo usar su historia como un estímulo hacia aquéllos que aún están en este mundo.
El principio de la enfermedad
El problema comenzó varios años atrás, cuando mi tía empezó a toser frecuente y anormalmente. Ella había mostrado dificultad al cantar en el coro de la iglesa y solía decir que le faltaba aliento, algo que antes nunca había le pasado.
Este problema se volvió más severo, especialmente cuando cantó un solo para una convocatoria espiritual. El himno se titulaba “Voy a ti, Señor” (I am coming, Lord). Recuerdo el día en que cantó porque aquel momento fue verdaderamente hermoso.
Aparte de cantar, ella se destacaba por brindarle a la gente risas y alegrías y dentro de la iglesia todos la conocían por eso. Por tanto, fue mucho más penoso para mí y para otros hermanos y hermanas ver que su estado empeoraba.
Después de un largo período de examinaciones médicas, una placa de rayos X reveló una mancha sospechosa en un pulmón. Los médicos la tranquilizaron y le explicaron que la posibilidad de contraer cáncer era remota, ya que ella era todavía joven y no fumaba.
Sin embargo, seguía siendo necesario realizar una biopsia del tejido y esto implicaba una simple operación. Lo que sucedió después parecía estar realmente lejos de la imaginación de todos.
En el quirófano, el cirujano descubrió un tumor en su pulmón y fue necesario quitar el pulmón entero. Mi tía salió de la sala con mucho dolor y encontró cada vez más difícil adaptarse a tener un solo pulmón. Las noticias que siguieron fueron las más preocupantes y difíciles de digerir.
Conmovida por el amor
El tumor hallado resultó ser maligno, por lo que ella tuvo que ser tratada con quimioterapia. Habíamos esperado que el tratamiento matara a las células cancerosas e impidiera que se extendieran.
Recuerdo haber visto cuán débil estaba, especialmente después de la quimioterapia. Parecía que la alegría que transmitía tan abiertamente hacía que la tristeza que sentíamos fuese más dolorosa.
Durante las vacaciones de verano de aquel año, algunos predicadores vinieron a la iglesia de Eglin para su entrenamiento. En los día en los cuales yo no tenía que trabajar en el local de comidas de mis padres, iba a la iglesia con mi tía para asistir a las sesiones de oración. Nuestras conversaciones y el tiempo que pasábamos juntas eran siempre alegres.
Una noche, cuando la llevaba a casa, nos dijo al predicador y a mi cuán triste se sentía por no poder cantar nunca más. La respuesta del predicador quedó grabada en mi mente: “No puedes hacer blanco o negro un solo cabello” (Mt 5:36). De repente, me di cuanta de lo insignificante que era yo.
Muchos hermanos y hermanas persistieron en sus oraciones por mi tía y manifestaron su amor haciendo comidas y sopas nutritivas para ella. Me di cuenta de que realmente se sintió conmovida por ellos.
Aparte de tomar los medicamentos, también tomaba hierbas recomendadas por un médico chino. Sin embargo, su tos pesistía y empeoraba.
Perdiendo la esperanza
El cáncer se había expandido hacia el cerebro, el otro pulmón y otros órganos vitales. Una vez más, ella debía ser sometida a tratamientos adicionales. Al escuchar esta noticia, una amiga y yo fuimos al hospital a visitarla.
Nos habíamos preparado para consolarla, pero cuando llegamos, ella estaba muy animada y tranquila. Charlamos sobre muchas cosas y ella no mostró ninguna señal de ansiedad. Fue realmente un lindo momento y aún sigo apreciándolo mucho.
Cuando la vi la próxima vez, ella había cambiado mucho. Su cuerpo se había vuelto increíblemente frágil y todo su cabello se había caído. Una vez más, volvió a abatirse físicamente, mentalmente y espiritualmente. Los hermanos y las hermanas estaban de luto con ella y, día tras día, el luto crecía.
Cuando estuvo en condiciones de ir a la iglesia, le pidió a la gente que orara por ella. Parecía que estaba perdiendo esperanza y que pedía ayuda por ello. Nos dimos cuenta que estaba muy enojada y no sabía por qué tenía esa enfermedad. Esta misma pregunta pasó por la mente de cada uno de nosotros, porque ella acostumbraba ser una de las hermanas más fervientes y alegres de la iglesia.
En los meses siguientes que fueron pasando muchos hermanos y hermanas de otras regiones vinieron a Elgin para visitar a mi tía. Ella lloró porque la realidad la estaba hiriendo, sabiendo que no le quedaba mucho tiempo de vida.
Deja que tus lágrimas se conviertan en fuerza
Algo comenzó a cambiar. Mientras nuestra tristeza se profundizaba, su fe ascendía a grandes alturas. El llanto cesó y, mientras el resto seguía llorando, ella llevaba dentro de su corazón coraje y paz.
Un día, en otra visita de la comunidad de las hermanas, hicimos una oración por ella. En aquella oración, sentí que la voluntad de Dios no era curar a mi tía, así que cambié mi petición y le pedí a Dios que tuviera misericordia de ella para que no sintiera más dolor.
Antes de partir, todos le dieron a mi tía palabras de aliento, y sus palabras eran conmovedoras y emocionantes. Pero ella decía palabras aún más confortantes que las que recibía, y nos dijo que no lloremos porque los cristianos tienen la verdadera esperanza. Éstas fueron las últimas palabras que le dijo a las hermanas: “Deja que tus lágrimas se conviertan en fuerza.”
La semana antes de su fallecimiento la fui a visitar con mis padres. Allí nos contó sobre una visión que tuvo en una oración antes de que se enfermara. En aquella oración, ella vio que alguien se estaba acostando y que las personas que caminaban hacia ese cuerpo tenían expresiones de tristeza en sus rostros. Después de la oración, ella decidió no contarle esta visión a nadie, ya que era demasiada extraña.
Mi tía dijo después con mucha calma que Dios le reveló que iba a morir. Ella estaba lista para irse y entendió que ésa era la voluntad de Dios.
Después de su fallecimiento, una hermana dio un testimonio con respecto a mi tía. El hecho ocurrió en una de sus visitas a la casa de mi tía. En medio de una oración, ella lloró amargamente a Dios y le pidió que curara a mi tía.
En aquel momento, escuchó una voz diciendo que ese no era la voluntad de Dios. Al escuchar esto, lloró aún más fuerte y abrazó a mi tía, quien estaba orando a lado suyo.
La esperanza nos une
Me sentí obligada a escribir porque la historia de mi tía es la victoria espiritual más cercana que he experimentado. Estuve presente cuando mi tía prevalecía durante los altibajos en la última etapa de su vida.
Su actitud y coraje me inspiraron a dedicarme más fervientemente a mi fe. Espero que a través de este testimonio puedas entender más claramente la voluntad de Dios y aprender de los hermosos pasos de la vida de mi tía. La extraño mucho y espero verla nuevamente en el cielo. Que toda la gloria sea para nuestro Señor Jesucristo. Amén.
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